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Socialismo democrático, liberalismo y neoliberalismo.

Réplica a “Liberalismo, neoliberalismo y socialismo” de Fernando Atria y Carla Sepúlveda.

Fernando Atria y Carla Sepúlveda, en su artículo “Liberalismo, neoliberalismo y socialismo” (2016), sostienen que el neoliberalismo –en su alianza con el conservadurismo religioso– es contrario a ciertas nociones del pensamiento liberal, mientras que el socialismo debería pensarse desde la perspectiva del contenido emancipador del liberalismo. En este sentido, en la presente réplica pretendemos realizar el ejercicio que nos proponen al final del mencionado artículo[1], por lo que presentamos a los lectores un pequeño recorrido por algunas ideas de la historia del pensamiento socialista, socialdemócrata y posmarxista, que nos permita pensar en un socialismo democrático del siglo XXI, que se pueda entender desde las premisas del liberalismo político.

[1] “Por esto no es raro que los sucesores de los enemigos originales del liberalismo (es decir, los sucesores de los defensores del antiguo régimen), sean hoy los aliados del neoliberalismo. Solo así se hace transparente lo que de otro modo sería incomprensible: que el aliado político del neoliberalismo sea hoy el conservadurismo religioso, el paradigma del enemigo original de la tradición liberal (…) Hoy los enemigos de la tradición liberal, o de lo que fue importante y emancipatorio en ella, son quienes mantienen la teoría en las condiciones actuales, y sus herederos legítimos son quienes buscan reformular los conceptos para luchar contra las nuevas formas de los viejos antagonismos. Esa es, a nuestro juicio, una manera especialmente fértil de pensar un socialismo que mire a nuestra época” (Atria y Sepúlveda, 2018: 12).
 

Escrito por:

Cedric Steinlen

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Licenciado en Historia. Doctor en Filosofía. Docente universitario. Áreas de interés: Historia de la filosofía política. Consejero Político por Comisiones de Revolución Democrática.

Eduard Bernstein (1982), en un libro clásico del revisionismo marxista de fines del siglo XIX, analiza los problemas del socialismo de su época. Una de las principales críticas se relaciona con aquella propuesta del pensamiento marxista de realizar un salto brusco desde una sociedad capitalista a una socialista. El autor alemán propone como solución a estas ideas revolucionarias un programa socialdemócrata basado en un reformismo democrático: “los medios para la implantación paulatina del socialismo son los sindicatos, las reformas sociales, y también, como añade Bernstein, la democratización política del Estado” (Luxemburgo, 2006, p. 42). La democracia debía ser una combinación entre libertad e igualdad, que implique una representación jurídica basada en los derechos de todos los ciudadanos, ejercida por medio del sufragio universal y que se traduce en el gobierno del pueblo: “A medida que la igualdad se convierte en clima natural y domina la conciencia general, la democracia se convierte en sinónimo del máximo grado de libertad para todos” (Bernstein, 1982, p. 217).

Luego del triunfo de la Revolución Bolchevique de 1917, surgieron en Europa Occidental movimientos socialistas que rechazaban la estrategia marxista-leninista de “establecer las condiciones que hicieran practicable el desarrollo de la Revolución hasta la etapa de la dictadura del proletariado” (Cole, 1964, p. 96). Durante el Congreso Constituyente de la nueva Internacional Socialista, celebrado en Ginebra en 1920, se llegó a la resolución de que el socialismo debía aceptar la democracia parlamentaria como institución básica de una sociedad socialista: “La labor principal de un gobierno de los trabajadores será adoptar, como base fundamental de su legislación y administración, la democracia y el socialismo” (Cole, 1964, p. 291). Otras resoluciones que se adoptaron en el Congreso de Ginebra tuvieron relación con la socialización de servicios e industrias esenciales para asegurar el bienestar social. Este debía ser un proceso legal, gradual, y se excluía la expropiación de la propiedad privada sin compensación, así como afectar a industrias donde la socialización no era factible.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, en algunos países del capitalismo tardío se implementó un sistema económico-social basado en la solidaridad, el cual tenía como fin corregir la desigualdad del sistema dentro de los márgenes democráticos del liberalismo político. Este modelo fue elaborado a partir de la influencia del enfoque ideológico del reformismo de partidos socialistas, socialdemócratas y socialcristianos.  A este sistema se le denominó Estado de bienestar, y se puede definir como “una serie de disposiciones legales que dan derecho a los ciudadanos a percibir prestaciones de seguridad social obligatoria y a contar con servicios estatales organizados” (Farge, 2008, p. 48). Por otro lado, en el bloque soviético, el sistema político-social se bautizó como socialismo real, el cual durante décadas fue autosuficiente económica y políticamente en relación al mundo capitalista. Esta autosuficiencia se logró a través de una economía centralmente planificada y un sistema político totalitario que sustituyó a la democracia liberal y privilegió profundizar la igualdad por sobre la libertad de los ciudadanos: “Se basaban en un partido único fuertemente jerarquizado y autoritario que monopolizaba el poder estatal” (Hobsbawm, 2010, p. 374). Bajo este sistema estalinista, se produjo una sistemática persecución de los enemigos políticos, los que sufrieron, además, violaciones de derechos humanos.

En las décadas siguientes, en la medida que se evidenciaba el excesivo dogmatismo ideológico del modelo soviético, comienzan a diversificarse las voces de teóricos marxistas heterodoxos que denunciaban la burocratización antidemocrática de los socialismos realmente existentes. De este modo, se formularon propuestas no dogmáticas que buscaban conjugar el socialismo con la permanencia de las instituciones representativas del liberalismo político, con un naciente escepticismo hacia una transición al socialismo que no sea democrática: “si la vía democrática al socialismo y el socialismo democrático significan también pluralismo político (…) no se puede emplear ya el término de ruptura o destrucción del aparato del Estado“ (Poulantzas, 2005, p. 320). Algunas de las concepciones heterodoxas de la izquierda que se desarrollaron durante este período, estaban evidenciando una crisis del socialismo centrada en una posición antagónica de lucha de clases como estrategia fundamental de tránsito de un tipo de sociedad a otra.

El posmarxismo nace a fines de la década de 1960, como consecuencia de las transformaciones que hacían necesario un cuestionamiento del marxismo debido al surgimiento de nuevos actores, los cuales emergen desde una pluralidad de movimientos sociales que hicieron necesario un nuevo enfoque teórico para abordar problemáticas como “el surgimiento del nuevo feminismo, los movimientos contestatarios de las minorías étnicas, nacionales y sexuales, las luchas ecológicas [entre otros]” (Laclau, 1987, p. 8). En este sentido, las reivindicaciones de las nuevas izquierdas a fines de esta década deben ser entendidas como un momento de la revolución democrática, la cual habría surgido de las concepciones del liberalismo político a partir de la Revolución Francesa.

El desarrollo de la necesidad de propiciar mayor justicia social a través del proceso emancipador del liberalismo será uno de los blancos preferidos de la estrategia política reaccionaria que da surgimiento al neoliberalismo en la década de 1970: “Lo que la «nueva derecha» neoconservadora o neoliberal pone en cuestión es el tipo de articulación que ha conducido al liberalismo democrático a justificar la intervención del Estado” (Laclau, 1987, p. 282). Estos ataques del neoliberalismo se centraban en desvirtuar los procedimientos de la democracia liberal, promoviendo una participación política cada vez más reducida y limitando la intervención del Estado en materias sociales.

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Una de las propuestas principales de los posmarxistas es la que se centra en la necesidad de establecer las bases de una estrategia socialista que se enmarque en los límites de una democracia pluralista y agonística, en la cual “no se verá en el oponente un enemigo a abatir, sino un adversario de legítima existencia y al que se debe tolerar” (Mouffe, 1999, p. 16). En este sentido, se debía concebir un socialismo que se articulara con las instituciones del liberalismo político, y para lograrlo, se debía plantear la posibilidad de concebir una democracia plural que permitiera la ruptura de la dimensión individualista liberal: “Es aquí donde quizá la tradición socialista de pensamiento tenga algo con que contribuir al proyecto democrático y es aquí donde descansa la promesa de un socialismo liberal”. (Mouffe, 1999, p. 141). Luego del fin de la Guerra Fría y el fracaso de los socialismos reales, la tesis propuesta por Laclau y Mouffe durante la década de 1980 ha tomado cada vez más fuerza, ya que, a la luz de las evidencias del siglo XX, resulta insostenible concebir un socialismo que respete la libertad y los derechos humanos que no esté basado en una democracia radical.

"Nos parece que la nueva izquierda postercera vía podrá irrumpir contra-hegemónicamente ante el neoliberalismo si ésta es capaz de establecer una estrategia que permita recuperar el sentido común de la solidaridad a través de un disenso al modelo individualista neoliberal, respetando la democracia liberal, el Estado de derecho y el cuidado irrestricto de los derechos humanos."

A inicios de la década de 1990, los partidos socialdemócratas y socialistas que por décadas habían impulsado el Estado de bienestar al estilo keynesiano, comienzan a adoptar posiciones tecnocráticas neoliberales con un rol cada vez más limitado del Estado, y a poner énfasis en reformas al “mercado laboral y la reducción o redefinición de las prestaciones sociales, la disminución de los elementos redistributivos en los sistemas tributarios y la privatización de empresas” (Hillebrand, 2007, p. 24). Chantal Mouffe (Errejón y Mouffe, 2015) denomina a este período como post-político, el cual se caracterizaría por el giro de la socialdemocracia hacia el centro político, a través de las teorías de la tercera vía propuestas por Anthony Giddens y llevadas a la práctica por primera vez por Tony Blair. En este contexto, la socialdemocracia se habría autoeliminado al suprimir los disensos propios de la tradición de los partidos de izquierda y abrir el camino a la posibilidad de desmantelar el Estado de bienestar, lo cual produjo el fenómeno de la desafección política de la ciudadanía, al no existir una alternativa real al consenso neoliberal llevado a cabo entre los partidos de la derecha y la izquierda.

Nos parece que la nueva izquierda postercera vía podrá irrumpir contra-hegemónicamente ante el neoliberalismo si ésta es capaz de establecer una estrategia que permita recuperar el sentido común de la solidaridad a través de un disenso al modelo individualista neoliberal, respetando la democracia liberal, el Estado de derecho y el cuidado irrestricto de los derechos humanos. En primer lugar, como estrategia para iniciar este proceso reformista, se debería implementar un programa municipalista de gobernanza adecuado para administrar gobiernos locales, que permita reconquistar paulatinamente el valor de lo público a través de cambios concretos en la vida cotidiana de la ciudadanía. Una vez alcanzado el poder ejecutivo, se deberán propiciar el aseguramiento de los derechos sociales universales; luchar contra la corrupción del sistema político; efectuar gasto público en innovación y tecnología; procurar responsabilidad fiscal y equilibrio macroeconómico; desarrollar un nuevo modelo de desarrollo sustentable que se haga cargo de la emergencia de la crisis climática; proponer un enfoque feminista que fomente la igualdad de género; promover el respeto de la diversidad, entre otras cuestiones.

El siglo XX nos ha hecho escépticos de las teleologías marxistas, que tenían la certeza absoluta de que el socialismo llegaría de manera irremediable al final del camino. Probablemente, implementar estas ideas progresistas en la sociedad no será una tarea fácil, y seguramente sean derrotadas por nuestros adversarios políticos más de una vez. Es por esto que el socialismo no debe ser entendido como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar una sociedad más libre y menos desigual. Nicos Poulantzas (2005) dijo en una oportunidad que una cosa es segura: el socialismo será democrático o no será tal.

Referencias

Atria, F. y Sepúlveda, C. (2016). Liberalismo, neoliberalismo y socialismo. Revista Trama,  1.

Bernstein, E. (1982). Las premisas del socialismo y las tareas de los socialdemócratas. Siglo XXI Editores, Madrid.

Cole, G.D.H. (1964). Historia del pensamiento socialista: comunismo y socialdemocracia (1914-1931). Fondo de Cultura Económica, México.

Errejón, I y Mouffe. C. (2015). Construir pueblo: hegemonía y radicalización de la democracia. Icaria Editorial, Barcelona.

Farge, C. (2007). El Estado de bienestar. Revista Enfoques 19.

Hillebrand, E. (2007). La izquierda después de la «tercera vía». Revista Nueva sociedad 211.

Hobsbawm, E. (2010) Historia del siglo XX. Editorial Planeta, Buenos Aires.

Laclau, E y Mouffe. C. (1987). Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia. Siglo XXI Editores, Buenos Aires.

Luxemburgo, R. (2006). Reforma o Revolución. Fundación Federico Engels, Madrid.

Mouffe, C. (1999). El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical. Editorial Paidós, Barcelona.

Poulantzas, N. (2005). Estado, poder y socialismo. Siglo XXI Editores, Buenos Aires.

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