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Como su nombre lo indica el Capitalismo está condenado a la pena capital: crímenes ecológicos imperdonables y el socialismo burrocrático no lo hace nada de peor tampoco.

 

Nicanor Parra. Ecopoemas.

 

Editorial

 

La relación de la humanidad con la naturaleza ha estado mediada, históricamente, por la pre- sunción de que son los seres humanos quienes detentan el control del “círculo de la vida”. La tie- rra, los animales, la naturaleza en sí misma, han sido concebidos como explotables y transables, disponibles para la satisfacción de nuestras in- finitas necesidades. Pero hoy la Amazonía arde. Y con ella comienza a arder también la forma tradicional de relacionarnos con el medioambiente. La destrucción intencionada del “pulmón del planeta” para satisfacer las necesidades del capital, es una muestra pública de agonía, de- biendo encender una alarma en la conciencia de la humanidad y, especialmente, de la izquierda.

La encrucijada es vertiginosa: ¿Es realmente posible el desarrollo humano, y la eliminación del hambre y la pobreza, sin explotar la tierra? ¿Es posible que la relación con la naturaleza cambie, de tal manera que nos permita frenar un escenario en que el fin de la especie humana se convierta en un futuro cercano? ¿Cuál es el rol de la izquierda en todo esto?

La respuesta a estas interrogantes no es simple ni unívoca. A primera vista, pareciera fácil decantar por culpar al capitalismo de la crisis medio ambiental. La acumulación de capital requiere del “crecimiento” continuo, llevando al límite los recursos naturales y la “capacidad de carga” del medioambiente. Pero, tal como advierte Nicanor en sus Ecopoemas, el socialis- mo no ha estado exento de los mismos vicios. Las definiciones de “bienestar” y “desarrollo”, estrechamente vinculadas al consumo y a la acumulación, han permanecido prácticamente indiscutidas por el socialismo, el que ha centrado sus esfuerzos en alcanzar la socialización de los medios de producción.

El sentido común suele considerar que la preocupación de la izquierda debe ser atender a la satisfacción de las necesidades básicas, dejando al medioambiente como una nece- sidad secundaria y “burguesa”. Sin embargo, si combatir la pobreza depende de explotar el medioambiente o de su protección, es una pregunta que interpela directamente a una iz- quierda que se identifique como promotora de la justicia social. Así, su respuesta requiere más que lugares comunes y consignas progresistas para ser resuelta.

Actualmente, con más o menos timidez, existen llamados a la izquierda a hacerse cargo de la crisis ambiental proponiendo salidas posi- bles. Por ejemplo, ideas como las del buen vivir o sumak kawsay, inspiradas en las cosmovisio- nes indígenas, urgen por la necesidad de volver a las lógicas comunitarias y de respeto por la naturaleza. Asimismo, desde el ecofeminismo actual, se propone dejar atrás las discusiones en torno a cómo socializar los medios de produc- ción, para situar a la “reproducción de la vida” en el centro del debate político. Finalmente, hay quienes abogan por hacer frente a la crisis, op- tando por el decrecimiento, es decir, por poner límites al crecimiento económico, o quienes consideran que la solución a problemas como el cambio climático se encuentra en el desarrollo de tecnología sustentable.

En nuestro país el debate es álgido. El capita- lismo aparece como neoliberalismo descarna- do, sin empatía por la crisis social que él mis- mo genera a través de la extracción irrestricta de recursos naturales y del completo descuido de los efectos de la industrialización sobre la población. Quintero-Puchuncaví (complejos industriales), Til-Til (basurales), Freirina (Plan- ta de cerdos), Huasco, Mejillones y Tocopilla (concentración de termoeléctricas), o Chiloé y Puerto Montt (salmonicultura), constituyen verdaderas zonas de sacrificio; territorios que deben soportar la muerte agónica de su entor- no y sus habitantes y que encarnan la injusticia ambiental como manifestación de la deuda que

el país tiene con la justicia distributiva. Frente a esto la izquierda no identifica su estrategia, mostrándose desorientada y contradictoria cuando la “protección del medio ambiente” se enfrenta a la “protección de puestos de trabajo” o a la posibilidad de no obtener dinero para la satisfacción de necesidades “inmediatas”.

Pero no solo eso. En Chile, el neoliberalismo, a través de sus operadores privados y públi- cos, se muestra, por un lado, indolente frente al cambio climático y sus consecuencias sobre las comunidades más pobres, y por otro, ante la constatación de que el país es uno de los más vulnerables al fenómeno, se manifiesta moles- to con los llamados a hacerse cargo del proble- ma. Estos, dicen, no serían más que una excusa para paralizar el movimiento del capital. Mien- tras tanto, la izquierda observa como parte de la población resiste los embates de la sequía, nuevamente, sin una estrategia definida para enfrentar el modelo que sustenta la crisis.

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buenas noticias: la tierra se recupera en un millón de años.
somos nosotros los que desaparecemos.
Nicanor Parra. Ecopoemas.
La dimensión ambiental del bienestar, un desafío para la izquierda.

Victoria Galleguillos.

Abogada U. de Chile, Militante del Frente Ecosocial, Revolución Democrática.

Pedro Glatz.

Licenciado en historia UC, Master Human Ecology Universidad de Lund, Militante del Frente Ecosocial Revolución Democrática.

La pregunta ambiental es hoy, más que nunca, una pregunta sobre justicia. Durante un exten- so período de tiempo escuchamos que el esta- blecimiento de restricciones ambientales a las actividades económicas podía significar limitar el desarrollo y mantener las carencias de los paí- ses pobres. Esta afirmación, se encuentra fuer- temente desafiada frente a una crisis climática que agudiza la desigualdad social y multiplica las zonas de sacrificio (Diffenbaugh y Burke,

2019). En nuestros días, no hay dudas de que el deterioro y la crisis ambiental provocará cre- cientes efectos adversos que se vivirán de ma- nera inequitativa en la población, perjudicando principalmente a los sectores vulnerables, ya sea por su bajo ingreso, pérdida de fuentes laborales o por formar parte de algún grupo en situación de discriminación estructural (IPCC, 2014).

En este contexto, se ha fortalecido una posi- ción política que favorece la inercia en nuestra economía y formas de vida, descansando en una confianza ciega en eventuales soluciones tecno- lógicas a nuestra crisis actual (Pielke, Wigley y Green, 2008). Lo anterior, se realiza con el prin- cipal objetivo de no sacrificar el actual relato del bienestar, vinculado a un crecimiento económi- co ilimitado, que, hasta el momento, ha goberna- do nuestras decisiones tanto individuales como colectivas.

La presente era geológica, calificada como la época del hombre, proviene de la constatación de que la huella ambiental que “la humanidad” ha producido es de tal magnitud, que se ha modificado de manera irremediable la compo- sición biofísica del planeta. A pesar de lo acer- tada que puede ser esta conceptualización, en términos estrictamente geológicos, la asigna- ción de la responsabilidad de dicha devastación ambiental a la humanidad como un todo tiene efectos políticos evidentes, ya que, como bien lo han establecido numerosas investigaciones, la responsabilidad de las naciones y personas ha sido muy diversa según su posición geográfica y social (Bonneuil, Fressoz y Fernbach, 2016).

En este sentido, un discurso orientado a po- sicionar una suerte de “naturaleza” destructiva inherente al ser humano constituye una inter- pretación perversa, pues es incapaz de construir un relato coherente sobre la responsabilidad de la actual devastación ambiental. Un discurso de estas características es el que se concentra en cambios individuales como forma de superar la crisis ambiental.

Este artículo pretende explorar una vía al- ternativa a dicho discurso, asociada a un relato que posicione al medio ambiente como un ele- mento esencial, y que aquello se evidencie en nuevos ideales de bienestar orientados a una redistribución de la riqueza disponible, consi- derando los límites de la biosfera. El contenido de este nuevo bienestar ha comenzado un pe- ríodo de disputa en nuestra región, asociada a los conceptos de buen vivir, el indigenismo y el decolonialismo (Vanhulst, 2019). Sin embargo, es fundamental que esta discusión se posicio- ne considerando especialmente la dimensión ambiental del bienestar social y las discusiones asociadas a ello, según se analizará en este ar- tículo.

En este contexto, la pregunta es: ¿Debe la iz- quierda replantear sus ideales de bienestar en atención a la crisis climática y ambiental? A nuestro juicio, aquello es imprescindible, siendo

hoy una exigencia de todo proyecto político de izquierda.


El colapso de los bienes comunes
H
asta mediados del siglo XX, para muy pocos era imaginable que el crecimiento del tamaño de las economías nacionales, la industrialización y el aumento sostenido de los niveles de consumo fueran a tener un efecto negativo en la estabili- dad de nuestras sociedades. Probablemente era bastante difícil presagiar que nuestros océanos estarían cubiertos por islas de plástico similares al tamaño de varios países unidos, o que más del 10% de las especies podrían extinguirse en los próximos años producto del cambio climático y la eliminación de sus hábitats esenciales (IPBES, 2019).

En nuestro país, por aquellos años, en Quinte- ro se daba la bienvenida a los primeros comple- jos que se instalarían en el parque industrial de la zona costera, los mismos que posteriormente comprometerían la salud de la población, dando lugar a uno de los conflictos socioambientales más importantes de nuestra historia.

A comienzos del siglo XXI, el panorama es completamente distinto. A la amenaza del poder destructivo de las armas, se suma hoy un temor mucho más cercano y plausible, la amenaza que significa nuestro modo de vida para el planeta. Este modo y los paradigmas que lo sustentan nos han llevado a colapsar los sistemas natura- les, de los cuales depende nuestra existencia.

En el caso del clima, como señala el IPCC (2018) en su reporte especial sobre 1,5 grados, existe un aumento de la temperatura promedio anual, experimentada en diversas regiones del planeta, que sucede en una intensidad entre dos a tres veces mayor en el Ártico. Por otro lado, en el caso del estado de la biosfera, el informe IPBES (2019) alertó la extinción de un millón de especies por causa humana. Por último, y según ya fue expuesto, los efectos del extremo deterioro ambiental y de la crisis climática se viven con especial intensidad entre aquellas personas sujetas a situaciones vulnerables de pobreza o 

discriminación. Al respecto, el encargado de la pobreza extrema de la ONU recientemente utilizó el término apartheid climático para referirse a un inminente escenario en que solo aquellos con suficientes recursos podrán pagar un escape al sobrecalentamiento, la falta de alimento y los conflictos generados con motivo de estas nuevas condiciones, mientras la mayor parte de la población tendrá que sufrir sus consecuencias (UN News, 2019).

En definitiva, la evidencia apunta hacia el mismo sentido. Nuestra forma de vida ha colapsado el sistema natural en que vivimos y con ello estamos comprometiendo nuestra supervi- vencia futura. Los sistemas económicos basados en la extracción y el consumo, empujados en el siglo XX y potenciados por el capitalismo neoliberal sin contrapesos de finales del siglo pasado y comienzos de este siglo, son quienes han determinado esencialmente nuestro escenario actual.

La crisis climática y ecológica es una nueva, sutil y perversa manera de atentar contra los objetivos de todo proyecto político de izquierda, y nos impone un actuar urgente. Es tiempo de adoptar este llamado en nuestros proyectos políticos y de bienestar común.

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