
La ebullición de octubre: una fuga desde la memoria
Escrita por:
Camilo Pérez Alveal y Diego Ramírez Pérez

"La memoria nos indica que la movilización de octubre no parará para reencontrarse con la misma cotidianidad, estamos frente a un movimiento sin cabezas que no apunta a un objeto técnico a solucionar, sino más bien a un modo de ser, es una revuelta contra la vida misma que ha territorializado el neoliberalismo."
La administración de la vida, en el neoliberalismo chileno, pasa por un gobierno tecnocrático que codifica las probabilidades de eficiencia, productividad y longevidad de la población, a través del establecimiento de la forma-empresa como campo unívoco de la realización humana. Esto conlleva a que el neoliberalismo sea un gobierno de las conductas, que mediante el establecimiento de un diagrama de poder formaliza un régimen de control a través de la libertad. Esto quiere decir, siguiendo a Gilles Deleuze, que el neoliberalismo constituye su poder a través del control de los cambios y de las mutaciones que experimenta el sujeto disciplinado en un nuevo “campo abierto. [1]
¿Qué quiere decir que la libertad esté al centro de un régimen de control?, quiere decir que el control solo es eficaz si se conjuga con la experiencia de ser libre, a través de la forma-empresa. Foucault constató en su libro “El nacimiento de la biopolítica” que el neoliberalismo introduce, a través de las consideraciones ordoliberales de forma-empresa y de las teorías de Gary Becker sobre el capital humano, que la libertad se expresa a través de una racionalidad que se comporta bajo lo estándares de la empresariabilidad, en que cada uno se autovaloriza por sí mismo, se acepta el mandato de la valoración capitalista, sin una orden de hacerlo.[2] En el caso de nuestro país, las ISAPRES, las AFPS, la privatización de la educación, la imposibilidad de pensar la vida individual sin costos, la suspensión del imaginario colectivo y la ampliación de lógicas económicas a todo espacio existencial, conlleva a la producción de un modo de ser, donde la libertad solo se ve visible y enunciable a través de consideraciones empresariales. Por ende, el neoliberalismo entiende que la potencia humana se perfecciona cuando se manifiesta por la forma-empresa, y se vuelve peligrosa y patológica cuando toma formas que no son de esta índole.
La técnica gubernamental del neoliberalismo, produce un modo de desear y un modo de ser. Guattari y Deleuze entendían que el neoliberalismo necesita del desarrollo molecular, que lleva a un desarrollo capilar intenso del capitalismo sobre la subjetividad, estableciendo el nuevo objetivo biopolítico más íntimo: el cerebro. El control biopolítico del neoliberalismo se fija en el cerebro en la medida en que establece un régimen del control de la imagen, que se fabrica a través de imágenes previas. Las imágenes-tele y las imágenes-redes sociales generan, mediante sus signos, la captura y la articulación del movimiento que Deleuze manifestó sobre las imágenes-tiempo e imágenes-movimiento. Deleuze siguiendo a Bergson, entiende que las imágenes en movimiento articulan al cerebro como el intermediario entre los movimientos que recibe y los que ejecuta, por lo tanto, la tecnología de los dispositivos modernos se ha introducido en la estandarización imaginativa del cerebro.
El objetivo biopolítico del cuerpo en las sociedades del control es el cerebro y precisamente la memoria. Entendiendo de esta forma, que el sinóptico[3] interviene como régimen de control de las imágenes, de manera inmanente del desarrollo tecnológico del neoliberalismo. Resulta imperativo ver de qué forma la gubernamentabilidad neoliberal administró políticamente la memoria subjetiva y ver que aquí está el punto de fuga que ha gatillado el acontecimiento de octubre. No obstante, es urgente pensar de acuerdo a lo que Foucault ya había mencionado, en el neoliberalismo ya no se trata de un aislamiento del Estado, el Estado actúa de una manera muy notoria para formular el mercado y su competencia. Es decir, la dicotomía Estado y mercado es ilusoria y se hace urgente pensar en que hay un Estado neoliberal y que existe una reproducción del mercado a través de la formación de la competencia en el Estado subsidiario.
La competencia en el neoliberalismo, se ejerce a través de una tecnocracia, es decir, la característica constitutiva de una gubernamentabilidad neoliberal se hace a través de su definición con la razón técnica. El poder tecnocrático ha instalado en sus expertos una devoción inusitada por los tomadores de decisiones y la sociedad en general, y radica en una imposición tácita que obliga a mirar la realidad material con los prismas del saber tecnócrata, que ha consistido en el levantamiento de un discurso económico que rige la gubernamentabilidad estableciendo los modos de vida, domesticando con un tratamiento pragmático las formas de existir.
Esta realidad se manifiesta con una forma común de hacer política entre quienes tienen la tarea de legislar y que podría denominarse como de “los grandes acuerdos”, que despolitiza la política y reduce la sociedad en un avanzar paulatino y encapsulado por el neoliberalismo. Esta forma de hacer política está avalada y plasmada en la Constitución Política de Chile, el texto engendrado en la dictadura de Pinochet solventa la concepción de Estado neoliberal subsidiario que clausura la posibilidad a cambios estructurales mediante diversos tipos de cerrojos.
“Los grandes acuerdos” [4] han sido una forma de hacer política constante en el devenir de la transición pactada y basta con adentrarse un poco en la historia para notar que cualquier iniciativa transformadora en nuestro país es diluida mediante la codificación neoliberal que aplica el saber tecnócrata cimentando la escasa relación de la política institucional con lo social.
La fundación de la sociedad de control neoliberal contemporánea, se re-configura con la vuelta a la democracia en los años 90, a través de un falso perdón de las violaciones a los derechos humanos, esto con el fin de lograr una normalización democrática mediante la razón de un Estado tecnócrata. Siguiendo a Jacques Derrida, el perdón pasa a ser el prólogo de una sociedad y se articula como una preparación del camino para la formalización del logos de la sociedad chilena. El perdón es el lugar donde lo congénito comienza, es la puesta en marcha del nuevo Chile que estaba por venir. El perdón para Derrida, es la organización del signo que funda un nuevo comienzo, es un archivo que pone en línea el paso con toda la potencia de lo iterable que le es inherente con el futuro; todo esto desde la gestación original donde han reunido los signos, el perdón es un aval de sí mismo.[5] El perdón se aplica y se distribuye donde han ocurrido el trauma y las fracturas sociales. El perdón es lo inconmensurable, hiperbólico y fuera de toda medida, definido por la contingencia de un tránsito histórico por las urgencias de una sociedad en recomposición.
El asunto de fondo es que, el perdón que se articuló en Chile, no fue pensado desde el horizonte de emancipación de verdad y justicia, sino más bien fue invocado para a modo de pharmakon en función de asegurar una normalidad social a través de una comprensión tecnócrata de la sociedad. El perdón que se gestionó instrumentalmente en un contexto de inestabilidad se transformó en un vector político que gestiona la pluralidad, asegurando un resultado racional y previsto. Esta situación conllevó grietas subterráneas en la sociedad chilena, desmoronando el carácter singular y excepcional que se acontece en la memoria como el prólogo de una sociedad.
Desde una perspectiva biopolítica contemporánea, el perdón instrumental que había envenenado a la memoria, conllevó posteriormente a su administración a través de la suspensión de posibilidades de creación. Es decir, la memoria siguiendo a Deleuze es pura y ontológica, dado que conserva todos los estados pasados en el momento actual; es decir, posibilita la coexistencia o la contemporaneidad del pasado y del presente[6].
El punto por constatar, es que la ebullición de octubre es la manifestación de la memoria de una subjetividad, de clara desigualdad sobre el imaginario social, de abuso respecto a las exigencias biopolíticas de la productividad, de la corrupción necesaria de la técnica gubernamental y de la cosificación de la vida misma. El concepto de memoria que nos sirve para entender “la gota que rebasó el vaso”-entendiendo la memoria como el vaso- supone la forma en que reacciona una memoria bajo los diagramas de poder de las técnicas gubernamentales de las sociedades de control del neoliberalismo. La memoria es un archivo que recoge, codifica, imagina lo que será congénito del nacimiento de algo, del nacimiento de la singularidad misma, es la concatenación que decodifica las consignas neoliberales y las abre para una resistencia que se piensa desde la fuga de la acumulación de las exigencias biopolíticas. La memoria nos indica que la movilización de octubre no parará para reencontrarse con la misma cotidianidad, estamos frente a un movimiento sin cabezas que no apunta a un objeto técnico a solucionar, sino más bien a un modo de ser, es una revuelta contra la vida misma que ha territorializado el neoliberalismo. La movilización de octubre es una resistencia que se escapa de las formas tradicionales en como se ha resistido al neoliberalismo, es un proceso que rompe con la identidad de la empresa de la productividad, y se piensa desde una potencia creativa que ofrece múltiples formas de vida, es una nueva expresión de libertades; es una fuga del neoliberalismo. La solución parece estar bien clara, en la medida que escapa las formas tradicionales y dominantes que el neoliberalismo soluciona mediante su técnica, esta es: una Asamblea Constituyente, que desde la memoria piense un nuevo concepto de vida política y un nuevo país de posibles, es decir, que conlleve a un nueva cotidianeidad; la A.C. debería ser pensada sin condiciones, sin sujeciones, sin formas neoliberales, precisamente desde lo “imposible”.
Lamentablemente, el “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución” normaliza el concepto de Asamblea Constituyente, en la medida que se encuentra codificado, sujetado y condicionado bajo las formas neoliberales. El neoliberalismo no es solo fondo, también es forma y no solo forma institucional, también forma cultural que acarrea la oscilación de un polo con rostro humano, como diría Fernando Atria y uno a secas, lo que facilita la creación de un teatro de lo político en función elemental al orden institucional ya provisto. Existe un imaginario tecnocrático de como tomar las decisiones, entonces, a pesar de que no haya fondo y exista una “hoja en blanco”, las formas neoliberales de los parlamentarios, los quórums, los grandes acuerdos, los plazos y las condiciones, terminan normalizando la voluntad de la ebullición[7].
En el parámetro de hoy para hacer una política transformadora y del acontecimiento, no basta con una forma constitucional que se remita a una “hoja en blanco” y a un quórum de 2/3, sino debe tener como criterio la toma de distancia radical con la institucionalidad vigente que produjo la política de hoy. En nuestro país aún existe una cultura binominal que ha cambiado de nombre, pero que sigue presente en esos acuerdos embalsamados con un tinte de historicidad y re-encuentro, pero que no es más que la búsqueda de la vuelta a la normalidad después de la crisis. La transformación y la creación de un nuevo mundo está ahí, en los cabildos, en los territorios, en los actos de creación de personas comunes y corrientes. La fuga del neoliberalismo está 100% en la gente.
[1] Deleuze, Gilles, Conversaciones, Valencia, Editorial Pretextos, 1995, p. 58.
[2] Foucault, Michel, El nacimiento de la biopolítica, Clase 7, México, Fondo de Cultura Económica, 2007.
[3] . Bauman, Z. & Lyon, D, “La vigilancia líquida como diseño post-panóptico”. En Vigilancia Líquida. Buenos Aires: Paidós, 2013
[4] Silva, Patricio, Neoliberalism, Democratization, and the rise of Technocrats, Oxford Press, p. 83
[5] Derrida, Jacques, Mal d’ archive. Une impresión freudienne, París, Galiée, 1995, p. 37.
[6] Deleuze, Gilles, La imagen-tiempo, pp. 67-96, Buenos Aires, Cactús, 2013.
[7] Sztulwark, Diego, La ofensiva sensible, Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, Caja negra p. 25